
Hará cosa de veinte días que terminé de leer el segundo libro editado en castellano de la Trilogía Millennium del fallecido escritor sueco Stieg Larsson, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y antes había leído Los hombres que no amaban a las mujeres. El que haya dejado reposar durante un tiempo mi opinión acerca de estos libros, es para intentar escapar del fenómeno mediático y editorial que ha supuesto la aparición de estos libros en el mercado, y la posible contaminación de otros lectores con sus opiniones.
El segundo libro de la trilogía trae una banda roja publicitaria con una cita de Sergio Vila-Sanjuán, del diario La Vanguardia: "¿Que si engancha? Cuando se decidan a abrir el libro, mejor cancelen todas sus citas importantes". No es para tanto, aunque sí que es cierto que entretiene, que uno se lo pasa muy bien leyendo este libro. Mi opinión en este punto queda enfrentada a la de Sánchez Dragó: "No leo para entretenerme ni, menos aún, para distraerme, sino para lo contrario: concentrarme, prestar atención… La gente, por lo visto, se aburre. ¿Aburrirse? ¿Hay algo más divertido que mirar hacia dentro? ¿No está eso al alcance de todo el mundo en cualquier tiempo, circunstancia y lugar?". Bien, estos dos libros tienen demasiado ruido alrededor, demasiadas opiniones, campañas publicitarias, películas en ciernes,... La banda roja de la Vanguardia no es casual, pues a casi nadie se le escapa la íntima relación existente entre los grandes grupos editoriales y los periódicos, que muchas veces pertenecen al mismo presidente. Las relaciones de ingresos publicitarios entre Destino y La Vanguardia son evidentes, sólo hay que ver dónde se imprimen ambos, dónde se localizan sus centros de trabajo, qué comerciales tienen, quizás relaciones personales,... No voy a continuar por aquí, me ceñiré al libro.
Stieg Larsson es un escritor que pienso que merece conocerse, por su estilo ágil, efectivo y sobretodo porque ha creado dos personajes Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander que estarán en el imaginario de todos los lectores de novela negra.
En la mayoría de novelas policíacas, los textos poseen un tono crítico y agrio de la sociedad y sus instituciones denunciando su impunidad en graves defectos con los que la gente se acostumbra a convivir, que por tan evidentes y rutinarios son difíciles de eliminar y de denunciar. A veces da la impresión que los verdaderos estudios de sociología están más en manos de los escritores que de los profesionales académicos. Stieg Larsson también critica aquello que no le gusta, y rescato dos ejemplos de ello:
"Hay que distinguir entre dos cosas: la economía sueca y el mercado de la bolsa sueca: La economía sueca está constituida por la suma de todos los servicios y mercancías que se producen en el país día tras día. Son los teléfonos de Ericsson, los coches de Volvo, los pollos de Scan y todos los transportes del país, desde Kiruna hasta Skövde. Eso es la economía sueca. Y hoy se encuentra igual de fuerte que hace una semana. –Hizo una pausa retórica y bebió un trago de agua-. La bolsa es algo completamente diferente. Ahí no hay economía que valga, ni producción de mercancías, ni de servicios. Simples fantasías; de una hora a otra se decide si esta empresa o la de más allá vale no sé cuántos miles de millones más o menos. No tiene absolutamente nada que ver con la realidad ni con la economía sueca" (pág. 648, Libro 1)
"Dentro de la Administración se suponía que era socialdemócrata, pero, en realidad, Ekström no tenía el menor interés por los partidos políticos. Empezó a despertar cierta atención mediática, y en los pasillos del poder comenzaron a fijarse en él. Se trataba, sin lugar a dudas, de un buen candidato para ocupar cargos importantes, y, gracias a su supuesta vena ideológica, disfrutó de una amplia red de contactos en ámbitos tanto políticos como policiales. Entre los policías, las opiniones sobre la capacidad de Ekström estaban divididas. Los informes que realizó para el ministerio de Justicia no habían favorecido, precisamente, a aquellos círculos policiales que defendían que la mejor manera de garantizar la seguridad jurídica era reclutando más policías. Pero, por otra parte, Ekström se había distinguido por no andarse con chiquitas cada vez que llevaba un caso a juicio.” (pág. 280, Libro 2).
Concluiré diciendo que vale la pena leerlos, uno se lo pasa bien, disfruta y se pone en tensión con las aventuras de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, nos muestra una nueva visión de Suecia, y además no aburre en nada. Stieg Larsson desgraciadamente no disfrutará del éxito de sus novelas, pero al menos no vivirá la amarga experiencia de que sus lectores le suban a la cima del pedestal de grandes escritores, para acto seguido tirarlo de allá arriba despiadadamente.